Todos hemos librado batallas, unas más grandes, otras pequeñas, cortas o largas, pero todos sabemos lo que es estar en medio de una lucha.

Sin importar su tamaño todas, en determinado momento, parecen no tener fin. Empezamos con todas nuestras fuerzas, con la fe intacta, repetimos todos los versículos que sabemos de memoria y cantamos todas las alabanzas que conocemos,  seguros de que somos fuertes para hacer frente a lo que vivimos.

Pero al cabo de un tiempo, no importa cuánto dure la prueba, nuestras fuerzas empiezan a menguar, nos cansamos, ya no nos quedan versículos que parezcan animarnos, preferimos ya no cantar porque desentonamos y porque, honestamente,  ¿quién quiere cantar cuando tiene problemas?

En Éxodo 17: 8 -15  se relata la guerra de Israel contra Amelec. Lo increíble de esta historia es que dice que cuando Moisés levantaba las manos Israel ganaba la batalla y cuando las bajaba era Amelec quien obtenía el triunfo.  Entonces,  para poder ganar la batalla  Aaron y Hur sostuvieron los brazos de Moisés hasta que llegó la victoria.

Cuando levantamos los brazos hacia Dios le entregamos las batallas. Es una forma de rendirnos y reconocer Su poderío sobre nuestras vidas, de saber que todo estará bien, que es una victoria asegurada.

Innegablemente es muy duro levantar las manos cuando estamos en una prueba, porque aunque ésta no sea física, nuestras fuerzas parecen abandonarnos al cabo de un tiempo. Pero ¿sabes? Aunque tu canto suene desentonado porque la tristeza y la preocupación te agobian, canta, canta con todo tu corazón y levanta tus manos, ríndete a Él y verás cómo Dios es el que libra tu batalla, Él es tu estandarte y va delante de ti. ¿Por qué temer?

“Él redimirá en paz mi alma de la guerra contra mí, Aunque contra mí haya muchos”.  Salmos 55:18

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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