Por muchos años he tenido un nutrido perfil público. Trabajé en una radio conduciendo un programa de reflexión sobre asuntos de actualidad. Hablé, y todavía lo hago, en innumerables conferencias y seminarios en diversos países. Sigo publicando artículos en este blog. En el pasado escribí una inmensa cantidad de notas en diarios y revistas. Hasta unos libros se me ocurrió escribir.
Todo ello me ha hecho relativamente conocido. Hubo alguna época en que me atrajo esa exposición, pero debe haber sido por poco tiempo. Fui descubriendo con los días la incomodidad del escrutinio público y con el tiempo fui desarrollando una persistente inclinación a alejarme de la mirada colectiva. El perfil público tiene complicaciones.
Los problemas de ser muy conocido
Cuando se está en la condición de persona conocida, lo que uno diga o escriba llega a convertirse en un verdadero testamento. Entonces, si en una reunión social o en una entrevista uno larga una frase sin pensar o que es citada fuera de contexto, queda atado a aquel infortunado incidente, ligado a aquellas palabras como a un artículo de fe.
En uno de sus primeros discursos como candidato a la presidencia de los Estado Unidos Unidos, Barack Obama estaba refiriéndose a su postura contraria a la guerra con Irak y lamentó las vidas “desperdiciadas” de los soldados estadounidenses. Fue una palabra tremendamente desafortunada. Y aunque de inmediato reconoció su error, se lo reprocharon por muchos meses.
Además uno va cambiando con el tiempo
Pasa además que con el tiempo, merced a una rigurosa autocrítica y a sucesivas tomas de conciencia, uno debe admitir que ciertas cuestiones que afirmaba ya no puede sostenerlas más. Las convicciones, a la luz de nuevas evidencias, deben ser descartadas. A la mirada de la audiencia estos cambios sugieren una traición o el reflejo de una personalidad ambigua y débil.
El problema es que a estas alturas uno ya no tiene ganas de andarse explicando, especialmente si se toma en cuenta que las posibilidades de un diálogo objetivo y relativamente inteligente son bastante pocas. La oportunidad de una conversación inteligente y sobria en la tribuna pública es bastante escasa. El perfil público empieza a sentirse como una carga.
El precio de estar en la mirada pública
La figuración pública y la vigencia ante una audiencia masiva somete a los personajes a presiones que tarde o temprano los obligan a ceder: hacer cabriolas, comulgar con ruedas de carreta, hacer reverencias, ofrecer sonrisas artificiales y opinar adecuadamente en línea con la cultura de la masa y los medios.
“El triunfo siempre tiene algo de vulgar y de horrible”, escribe Sábato en Sobre héroes y tumbas. Siento que algo parecido ocurre con la popularidad.
Hay que tener una habilidad singular —que me es del todo desconocida— para sostenerse en un alto y poderoso perfil público y mantener al mismo tiempo intacta la honestidad con lo más profundo y cierto de uno. Las exigencias de las audiencias suelen ser brutales, casi siempre poco informadas y por lo general inflexibles. Y uno, más de alguna vez, hace algo indebido.
A pesar de haber aceptado estar en las así llamadas redes sociales, y siendo bastante pequeña mi convicción de la importancia de lo que digo, sigo dudando que valga la pena sufrir los caprichos de la exposición social.
Con gusto volvería a elegir, como hice una vez, sin remordimiento alguno, mantenerme a prudente distancia del perfil público.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.