A pesar de que la vida es un absoluto lugar común (es decir que no tiene favoritos), la oferta de religiones y filosofías sigue siendo ésta: “Si usted hace una decisión por esta creencia, su vida será espectacular, feliz, plena, realizada.” Esta es la promesa genérica de la mayoría de las ofertas que uno oye a diario en los medios comprometidos con la religión.
Uno no entiende entonces, lo siguiente: a pesar de la promesa que hemos detallado antes, hay necesidad de tanta asesoría. Expertos de todas las especialidades (psicología, familia, nutrición, conductas adictivas, finanzas) tratan de arreglarle la vida a los fieles.
En entrevistas, libros y programas distribuyen sus consejos a fin de aliviar las angustias y conflictos de la masa creyente. Se hace difícil creer que es la misma masa a la cual se le ha prometido constante felicidad si caminan en la senda de la fe.
Mi querida madre solía decir que cuando había dificultades, angustias y enfermedades, todo ello era “a causa del enemigo”. Yo veía mucho conflicto, deslealtad, luchas intestinas y dolor en mi entorno de fe. Así que concluí que “el enemigo” llevaba bastante las de ganar en esta historia.
Por qué no creo en la “felicidad de la fe”
A estas alturas, después de haber adquirido y finalmente desechado tantas ideas sobre los recursos vitales de la fe, no tengo otra conclusión.
Todas las personas, independientemente de cuál sea su sustento filosófico, ideológico o religioso, están expuestas a la realidad común. Sufren lo mismo que los que no creen.
La idea de vivir en una especie de première del cielo en la tierra y de disfrutar de una especie de seguro invisible es una ilusión. Aparte, un excelente argumento de marketing para captar seguidores. Por eso digo, amigas y amigos que la vida es un absoluto lugar común.
A ver, para que se entienda. Sí creo que la fe puede otorgar resiliencia, aquella capacidad para confrontar con mayores antecedentes vitales el verdadero rostro de la realidad: enfermedad, cansancio, decepciones, soledad, pobreza, violencia, muerte. Y enseña, creo, a disfrutar las buenas cosas con alguna sobriedad.
Pero esa garantía de plenitudes, victorias y gozos cotidianos no supera la categoría de Black Friday en un mundo pletórico de ofertas. Una noche, nuestra fiel y comprometida compañera Vicky murió de cáncer frente a todos nosotros. Orábamos y ayunábamos y conjurábamos toda suerte de tiranías invisibles: de pronto nos dimos cuenta, por primera vez, que la vida es un absoluto lugar común y que no tiene favoritos.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.