El perdón es la acción por la que una persona perdona a otro lo que considera una ofensa, renunciando eventualmente a vengarse, o reclamar un justo castigo o restitución, optando por no tener en cuenta la ofensa en el futuro, de modo que las relaciones entre ofensor perdonado y ofendido-que- perdona no queden afectadas o queden menos afectadas. El que perdona no “hace justicia” con su concesión del perdón, sino que renuncia a la justicia al renunciar a la venganza, o al justo castigo o compensación, en aras de intereses superiores. El perdón no debe confundirse con el olvido de la ofensa recibida. Tampoco perdona quien no se siente ofendido por lo que otras personas considerarían una ofensa. Tampoco perdona quien deja de sentirse ofendido tras las explicaciones del presunto ofensor que hacen ver la inexistencia originaria de ofensa alguna. El perdón es obviamente un beneficio para el perdonado, pero también sirve al que perdona (que también está interesado en ver recompuestas total o parcialmente sus relaciones con el ofensor y en ocasiones cumple al perdonar una obligación moral o religiosa) y a la sociedad, pues contribuye a la paz y cohesión sociales y evita espirales de venganzas, motivo por el que religiones y diversas corrientes filosóficas lo recomiendan.
Esa es la definición de perdón, pero cuando nos han ofendido; cuando nos han hecho algo grave o peor aún se lo han hecho a un ser querido, cómo se nos dificulta perdonar. ¿Cierto? Sin embargo, Dios quiso que entendiéramos la inmensidad de su amor, al permitir que Su único Hijo, viniera y fuera el sacrificio que desde la antigüedad se hacía con un cordero por los pecados de Su pueblo.
Cuando vemos películas como “The Passion of The Christ”, la película de Mel Gibson; tal vez una de las que más se acerca a mostrarnos lo que realmente sufrió ese ser tan maravilloso e increíble que cambió la historia de la humanidad, nos sentimos conmovidos. Siendo inocente de toda culpa, fue juzgado y sometido a la muerte más severa y denigrante, la crucifixión. Y fue voluntariamente. A Él no lo mataron, no, Él entregó Su vida; y permitió también ser vejado, torturado, burlado para pagar por nuestras faltas, para ser ese cordero. En este caso, no solo las faltas de los judíos, también las tuyas, las mías, las de toda la humanidad fueron perdonadas por Su sacrificio. Verdaderamente hay que tener mucho amor para perdonar todo lo que le hicimos. Piénsalo, si hubieras estado ahí es posible que hubieras pensado como los que lo condenaron: “Este no es el Rey que esperábamos” o “¿Cuando va a comenzar la batalla contra los Romanos?” o “Si tiene tantos poderes, ¿porqué no se libera y les da su merecido?”
¿No crees que te podría haber pasado? Y al ver que murió, ¿pensar que solo fue un profeta más? Yo he pensado en esto muchas veces y cada vez que lo pienso me siento terrible. Tómate un tiempo para ver cuántas culpas puedes tener que no reconozcas claramente. Puede haber algo que dijiste que pudo afectar a alguien más de lo que puedas imaginar. Pídele a Dios que te revise y si hay algo que hayas hecho así, sin darte cuenta, puedas disculparte. También pídele que te indique si hay algo o alguien que te falte perdonar. Tal vez necesitas perdonarte a ti mismo.
No dejes que pase más tiempo sin hacerlo y hazlo de corazón.
Este artículo fue producido para Radio Cristiana CVCLAVOZ.