Un día dos escaladores fueron sorprendidos por una terrible tormenta de nieve en la Cordillera Cairngorm, en Escocia. Después de la nevada que vieron caer desde dentro de un refugio, emprendieron la subida.
– De repente mi compañero- cuenta uno de los alpinistas- me agarró el brazo y me dijo con voz ronca: “No puedo más, ¿Qué te parece si nos echamos una siesta?” La tentación era casi irresistible. El descanso parecía como el cielo, pero yo sabía que significaría una muerte segura; pero, en contra de todas mis advertencias, mi compañero se tendió. Solamente había una cosa que hacer: Le abofeteé firmemente en la cara, y este proceder, aparentemente cruel, produjo el efecto apetecido, pues más tarde los dos entrábamos tambaleándonos en una granja bien calentada.
A veces, al igual que el compañero del alpinista, nos cansamos y deseamos echarnos un momento, disfrutar de ese reposo momentáneo, sin considerar las consecuencias que puedan existir. Si los alpinistas de la historia, se hubieran echado a descansar, quizás no hubieran salido de ahí con vida.
En ciertas oportunidades, Dios tendrá que disciplinarnos para levantarnos del letargo en el que estamos, y seguramente no nos agradará, pero Él ve más allá de lo que nosotros alcanzamos a ver, nos ama y desea que terminemos la carrera.
Ninguna disciplina resulta agradable a la hora de recibirla. Al contrario, ¡es dolorosa! Pero después, produce la apacible cosecha de una vida recta para los que han sido entrenados por ella
Hebreos 12:11 (NTV)
Puede ser que no sea nada fácil aceptar la disciplina, que nos cause molestia, pero, sin duda alguna, es necesaria para que alcancemos el propósito de nuestra vida y para que no perezcamos en el camino.
Nunca olvides que la disciplina de Dios es por amor y la necesitamos para llegar a ser aquello para lo que fuimos creados.
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