Me he preguntado un poco en las pasadas semanas para qué deberían ser los últimos tiempos. Dada la importancia que le atribuyen los creyentes a semejante cuestión, me ha parecido que algunas disquisiciones al respecto no estarían mal. Bueno, al menos para la audiencia que me conoce bien.
Los discípulos originales creyeron fervientemente que los últimos tiempos eran los que ellos estaban viviendo. Tenían la firme convicción de que el Señor regresaría más o menos en el término de sus vidas y pondría fin a todas las cosas.
Cuando los hechos evidenciaron que no iba a ser así, miraron hacia otros tiempos. La caída del imperio romano podría haberles parecido un buen momento. Sería el justo juicio a todo el dolor y la opresión que por cinco siglos había traído a tanta gente.
Entonces el tiempo siguió pasando y el fin no se hacía presente. En el mundo europeo occidental se pensó que, con la llegada del segundo milenio, las cosas efectivamente terminarían. Era una fecha emblemática que hizo que millares de piadosos creyentes se retiraran a monasterios para la contemplación y la espera.
En fin, no pretendo aburrirles con cronologías escatológicas. Llegamos a 2021 y todavía estamos aquí y como bien ha dicho nuestro Señor, nadie puede decir el día ni la hora. Y eso debería tranquilizarnos… digamos.
¿Para qué, entonces?
Que sean los últimos tiempos para el agravio, la discriminación y la mentira. Esperemos que sean los últimos tiempos para la destrucción de la tierra y del aire. Trabajemos para que sean los últimos tiempos para el dolor y la guerra. Seamos parte del proyecto de diseñar los últimos tiempos para el mal y el odio.
Por supuesto, me hago cargo que para muchos creyentes esas cosas son imposibles porque, como estamos en los últimos tiempos, nada de mejoría es posible esperar. Pero, como ya he venido diciendo en varias notas previas, semejante actitud tiene antiguos antecedentes y, por lo tanto, es admisible creer que no lo sean.
Igual, no estoy aquí para discusiones teológicas sobre el tema sino mi intención, más literaria que nada, es pensar en para qué deberían ser lo últimos tiempos.
Para muchos de nosotros, estos tiempos deberían ser para construir más comunidad. Hay que derribar muros y abrir puertas. Es un tiempo perfecto para idear y desarrollar proyectos que ayuden a mejorar los días de las personas, quienes sean y donde sean que estén. Incluso, si efectivamente fueran los últimos tiempos, deberíamos estar haciendo estas cosas y no esperando sentados a que se acaben.
Me parece…
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.