Un padre enseñó a su hijo a cuidar de los ancianos, aunque estos no fueran sus abuelos. Cuando fue joven siguió los pasos de su progenitor, llevándoles comida, ayudándoles a caminar o cruzar la calle, entre otras cosas.
Los que conocían a su familia decían «es un vivo ejemplo de su padre», y su papá se sentía orgulloso de las huellas que había dejado él y sus futuros nietos.
Sigamos las huellas de Cristo
Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros.
Juan 13:12-14 (RVR 1960)
El Señor nos enseñó a ser siervos, lavó los pies de sus discípulos demostrando que, a pesar de su autoridad y posición, había venido a servir y quería que sigamos sus pasos. De igual modo esperaba que nosotros dejemos sus huellas, para que otros también hagan lo mismo.
Nuestras pisadas muestren al Señor
De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros.
Juan 13:35 (RVR 1960)
Para que el mundo reconozca y diferencie a sus discípulos del resto, el Señor nos da una tarea específica: «si se aman los unos a los otros» Imagino lo orgulloso que está nuestro Padre Dios cuando escucha estas palabras «ese hombre o mujer están llenos de amor y bondad, se nota que hijos de Dios».
En esta oportunidad te animo a dejar las huellas de Cristo, comienza decidiendo servir a los otros e incluso lavar sus pies. Ama a los demás y recuerda que no se trata de un sentimiento, sino de una decisión con acciones, apoya a aquellos que te necesitan.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.