Volvamos a la palabra existencial. Hacer semejante cosa no es muy recomendable en este espacio porque aquí la gente busca palabras bonitas y educativas (siempre carentes de luz a pesar de vivir en la luz). Hoy no, sin embargo, lo siento. Como dice mi amiga Elisheba, me apetece rememorar algunos momentos estelares de la sensibilidad y el desamparo.
Rememorar estos instantes me resulta saludable porque la vida no es sólo información, entretenimiento o formación.
Citar el sufrimiento del ser nos recuerda con lealtad absoluta que la vida y el mundo son anchos y casi siempre ajenos (recordamos la novela de Ciro Alegría).
La tristeza del regreso y otros instantes
Volvíamos de las vacaciones de verano de la Hacienda El Retiro donde vivían tíos, tías y primos. Habíamos vivido la trilla a yegua y los baños en el Tranque donde yo simulaba que nadaba en la seguridad de la orilla. Los viajes al pueblo en un caballo marrón con una mancha blanca en la frente; “el más mansito para Benjamín”, advertía la tía Carolina.
El tren, tirado por una enorme locomotora a vapor, remontaba la cuesta a tirones. Sacábamos la cara por la ventana y se nos llenaban los ojos de carboncillo. Después de algunas horas de viaje, mamá sacaba el “cocaví” envuelto en un blanco paño de algodón de donde salían patas de pollo cocidas, huevos duros y pan amasado por ella.
Más tarde, cuando el viaje se hacía infinito, yo aplastaba la nariz en la ventanilla y lloraba en silencio, tapado por una revista. No había momento más doliente que regresar a la gris cotidianidad de marzo, la escuela y los deberes. Quería que el verano fuera eterno y no un mínimo rayo de luz en la mañana de los días.
Pero la vida era así. Se manifestaba en los momentos estelares de la sensibilidad y el desamparo.
Notas breves acerca del infaltable desamparo
Conocí desde temprano la paradoja de vivir entre muchas personas y sentirme lejos de todo. Cuando uno es el cuarto de ocho hermanos y hermanas pasa bastante desapercibido.
No hubo tiempo para mucha caricia y para recomendaciones acerca de cómo encarar los primeros años de la pubertad.
Todo era ensayo y error. Descubrimiento y temblor. Los juicios tutelares del sistema religioso se abatían vigilantes sobre nuestras incipientes pasiones humanas. Aquellas extrañas pulsiones del cuerpo no pudieron ser cotejadas con la experiencia y el consejo de nadie. Porque no había nadie.
Claro, ya lo dije: así era la vida. Nadie te decía nada y todo quedaba al arbitrio del descubrimiento y el tropiezo. Los misterios del sexo y la concepción hubo que descubrirlos de a poco. Uno ensayaba ridículas definiciones infantiles y experimentaba ansiosos escarceos a medianoche en algún zaguán silencioso…
Eso encuentro hoy el pensar con cierta melancolía en la vida que me tocó: momentos estelares de la sensibilidad y el desamparo.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.