Esta nueva y desesperada defensa del libro constituye una suerte de última frontera, una trinchera final contra la Nada. La Gran Nada quiere comerse los libros y reciclarlos en pantallas, resúmenes de 140 o 280 caracteres, licuarlos para evitarse el trabajo de leerlo enteros.
El libro no tiene actualizaciones 5.05.32.1. Queda como testimonio indeleble de un momento, de un tiempo, de una imagen común. No desaparece de los motores de búsqueda cuando pasa el tiempo. No nos interrumpe con comerciales que hay que borrar a los cinco segundos para que nos dejen en paz. Tiene la particularidad de que no se descarga. El brillo de la página depende de ti. No manda notificaciones. Te deja en paz y está disponible para cuando te dé la gana de volver a la lectura.
Pero el libro es mucho más que una desesperada defensa
Amigas y amigos, el libro es una terapia de recuperación de la cordura. Cada palabra, por más loca que sea, te remite a algo real, sea sentimiento o pensamiento. Te rescata de la amarga soledad de la depresión. Aún si es un texto oscuro y desesperado —como Alfonsina Storni, María Luisa Bombal o Alejandra Pizarnik— te hace ver que nunca estuviste sola.
Las biografías, como la magnífica obra de Stefan Zweig, El mundo de ayer, te dice que los bellos recuerdos y las decepciones fundamentales no son otra cosa que la certificación que vivimos a la intemperie. Y que no hay nada nuevo bajo el sol. Y de eso se puede aprender. De que no tenemos pasaporte diplomático que nos libere de la burocracia del dolor y la desesperanza.
Nueva y desesperada defensa del libro: nueva, porque ya he escrito de esto tantas veces aquí. Desesperada, porque las pantallas achican el vocabulario y la capacidad del pensamiento crítico. Les guste o no, nuestros hijos tendrán un coeficiente intelectual más bajo que el nuestro.
Claro, sabrán hacer muchas cosas prácticas y geniales, pero no serán capaces de tener una conversación sobre las necesarias e indispensables abstracciones de que se componen el amor, la humanidad, la profundidad del ser, las preguntas fundamentales.
Por qué tan sombrío análisis
Primero porque es viernes y, ya saben, los viernes son intelectuales, existenciales (a veces a morir). Porque no sé de dónde viene la anemia que tengo y estoy cansado de exámenes, estudios y entrevistas con doctores angélicos y no tanto.
Porque cada tanto regreso al molesto sentimiento de que nuestra humanidad, evangélica o no, sólo quiere recetitas de autoayuda y orientaciones espirituales de utilería.
Y yo creo que basta ya de muletas, de frases hechas, de versículos a toda prueba. Hay que salir al universo de los otros. Leer sus novelas, sus ensayos, sus cuentos, sus locuras poéticas. Para, de una vez por todas, descubrir que somos más similares que diferentes. Es sólo que lo expresamos desde diversos universos. Porque nos une nuestra humanidad.
En vano me mandan exhortaciones a leer libros “cristianos”. Mi respuesta es y será siempre la misma. Leí literalmente cientos de libros cristianos en el pasado y arribé a una sola conclusión. Excepto notables excepciones, todo dicen lo mismo, con ingeniosos títulos. Nada más que variaciones del mismo tema. Y soluciones mágicas que no resuelven nada. Si no, no se explica que sobre los mismos temas siga habiendo miles de libros.
Por eso y por mucho más una vez más les endilgo esta nueva y desesperada defensa del libro.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.