Me propongo continuar los pensamientos sobre la identidad y el significado del yo. En el artículo anterior, Definiciones necesarias sobre identidad, he querido subrayar el hecho de que hay que discriminar entre identidad y pertenencia. Uno es algo singular, único, y en tal condición comparte otros estados con mucha gente y pertenece a ellos.
Esta mañana una amiga me hizo un interesante comentario sobre mi punto de vista. Es verdad que hay ciertos rasgos únicos, como el ADN, la huella digital o la del iris.
Sin embargo, el ser chileno, o ser creyente, o gustar de los libros, pese a que son cosas que muchas otras personas son o hacen, tienen en mí un rasgo único.
Mi experiencia con la nacionalidad, la fe o los libros es absolutamente única y eso hace también a mi identidad.
El ser humano no es un cero
En el orden de pensamiento evangélico prevalece la idea de que el ser humano, a causa de la caída, es un cero. No vale nada, está muerto. Y sólo adquiere valor cuando entra en el orden de Dios. Por más que eso suene muy elevado, no es correcto.
El ser humano en su condición natural tiene un valor intrínseco inamovible. Ese valor no puede ser desconocido por ninguna convicción doctrinal. Hay belleza en el ser del mismo modo que hay maldad. Y lo que la persona hace con lo que es, le otorga una identidad única.
A eso es lo que nos referimos al hablar sobre la identidad y el significado del yo.
Amarse a uno mismo es amar la propia identidad
La mejor expresión de esta idea se encuentra aquí:
Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
Marcos 12:30-31 RVR1960 (Las cursivas son mías)
Me atrevo a afirmar que este “amarse a uno mismo” es posiblemente una de las cosas más difíciles para la gente cristiana.
El énfasis sobre la depravación original y la lucha cotidiana contra el pecado hace que los creyentes difícilmente estén felices consigo mismos, solo porqué sí. Casi siempre se consideran felices sólo en referencia a Dios.
Si hemos de tomar en serio esta propuesta de la identidad y disfrutar de ella, tenemos que partir por amarnos seria e intensamente a nosotros mismos.
Si no es así, ¿por qué suponemos que tenemos la capacidad de amar a cualquier otro ser? Me parece que de esto se trata la identidad y el significado del yo.
Finalizaremos esta miniserie con el tema de la ilusión de la identidad en el mundo de hoy.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.