Una frase popular dice “Los amigos son la familia que se escoge”. En esas pocas palabras se resume la importancia que tienen los amigos en la vida de alguien. Nadie puede escoger la clase de personas que quiere tener como familia, pero sí tenemos la potestad de elegir la compañía de la cual queremos rodearnos. Es por esta razón que cuando un amigo nos traiciona, su engaño nos produce un gran dolor del cual muchas veces no sabemos cómo salir.
Cuando una amistad se ve afectada por la deslealtad, genera la pérdida de la confianza que tomó años construir. Se siente como hacer escombros a una casa recién terminada. Pero, pese a que todo parece perdido, siempre hay una solución.
Aclara la situación.
Lo primero que debemos hacer en este tipo de circunstancias es aclarar la situación. Hay muchos problemas que son causados por la mala comunicación. Cuando nos preocupamos en determinar quién habla (o grita) más, y no estamos dispuestos a escuchar, nunca llegaremos a saber la verdad de lo ocurrido. Antes de sacar conclusiones precipitadas y dejarnos llevar por nuestros sentimientos, debemos corroborar y confirmar los hechos. Quizá las cosas no hayan sido como pensamos y solo estamos agrandando la situación al dejarnos guiar por el prejuicio.
Sin importar qué haya pasado, tienes que perdonar.
Hay traiciones que nos afectan más que otras; sin embargo, sin importar cuánto dolor te haya causado tu amigo, debes perdonarlo. Colosenses 3:13 (PDT), dice: “No se enojen unos con otros, más bien, perdónense unos a otros. Cuando alguien haga algo malo, perdónenlo, así como también el Señor los perdonó a ustedes.” De ese versículo podemos aprender que no debemos dejarnos llevar por nuestras emociones. En cambio, nuestro deber es perdonar las ofensas de los demás, porque de esa manera estamos siendo agradecidos con Dios por su perdón. Si somos incapaces de perdonar las malas acciones de nuestro prójimo, ¿con qué derecho podemos pedir el perdón de Dios? Él no niega su amor, perdón y redención a nadie; por consiguiente, espera que hagamos lo mismo con los que nos hacen mal.
Decide si es hora de decir adiós.
El perdón implica restaurar la relación; no obstante, hay circunstancias delicadas en las cuales es casi imposible aplicar este principio. Para estos casos, debemos confiar el asunto en las manos de Dios y dejar que Él obre a su debido tiempo. Esto no quiere decir que debemos quedarnos de brazos cruzados y no hacer nada, sino que debemos dar el primer paso a la reconciliación y dejar que Dios sea el mediador. Si en caso extremo, la amistad no puede ser reparada, elige ponerle fin a la relación, pero de una forma cordial. Es decir, no dejes de saludar ni hablar cortésmente con la persona. Después de todo, recuerda que lo cortés no quita lo valiente.
El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido para radio cristiana CVCLAVOZ.