La mayoría de los seres humanos tenemos la tendencia de ser demasiado complacientes. Sentimos que es la manera de compenetrarnos, de gustar, de agradar y hacer sentir bien a otros.
Hemos visto que en toda pareja hay una persona más fuerte que la otra. Si hablamos de fuerza física, sería el hombre. Pero hablemos de carácter. Hay uno que siempre es más fuerte que el otro, uno que es más flexible mientras que el otro es más terco. Pero para una buena relación alguno tiene que ser complaciente. No todo el tiempo porque puede ser dañino.
Sabemos que las relaciones personales, sean amorosas, de amistad, relaciones familiares, todas son complejas. Si añadimos a esa complejidad excesos, el resultado nos puede decepcionar. Porque es muy cierto que hasta lo bueno en exceso es malo. Todo lo que sea demasiado ya es exceso, incluso el ser complaciente.
Siempre tiene que haber uno que ceda, ¡pero no siempre el mismo!
A la hora de un desacuerdo tiene que haber uno que ceda. Pero en otros asuntos en los que sientan diferente, puede que la otra ceda. Así, ambos son complacientes, pero no demasiado. Todos los excesos son malos. Debemos buscar un equilibrio para poder llevar una relación para toda la vida. Con respeto, admiración y comunicación.
Debemos aprender no solo a aceptarnos tal como somos. Eso debemos hacerlo con todas nuestras relaciones, familiares, amistosas y amorosas. También debemos amarnos como somos. Y si queremos hacer un cambio para ser complacientes con alguien porque sabemos que tiene cierta tendencia de gusto, lo podemos hacer y tal vez lo impresione, pero es más productivo si lo hacemos para nosotros mismos.
Si quieres saber más acerca de este complejo tema de que puede ser malo ser demasiado complaciente, te invito a que escuches el podcast que encuentras debajo.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.