Francis Fukuyama escribió, a fines de los años ochenta, “El fin de la historia y el último hombre”. En él sostenía que el liberalismo político y económico se había impuesto finalmente en todo el mundo. Todas las demás ideas, decía él, habían fracasado y ése era el fin de la historia; en adelante, no habría mucha más novedad.
Pero, pasadas tres décadas de su famoso libro, las cosas no son así como él las vio. Una miríada de expertos dudan hoy de que pueda hablarse del ningún fin de procesos políticos, sociales, económicos y culturales. Por ahí, don Jaime Durán Barba repite eso de que los robots y la inteligencia artificial sí que serán el fin de la historia. Pero, esa es otra “historia”.
Internet y las redes sociales proporcionan el escenario para tal algarabía de gritos, insultos, convocatorias, hackeos de alto impacto, oscuros y mundiales chanchullos financieros, que improbable pensar en que las cosas vayan en una dirección definitiva.
El fin de la historia que se encuentra a mano
La historia tenía cierto sentido. Había unas cosas que estaban bien y otras que estaban mal. La ciencia entendía que había cosas que se podían hacer pero que no se debían hacer (y las hicieron igual). La palabra hablada tenía un valor igual al de las escribanías, era una materia veraz. El pensamiento crítico era el culmen de toda acción directa en la sociedad.
Se suponía – se suponía – que la democracia era el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Los jueces juzgaban independientemente. Los políticos legislaban lo que era bueno para la sociedad. Los gobernantes conducían los procesos. Había algo que tenía una cierta consistencia de verdad. Eso permitía tanto construir un puente como relaciones humanas sobre ciertos fundamentos inalterables.
Hoy todo eso no es más que una olla donde se mezcla todo lo que ha perdido identidad y singularidad; todos revolcados en un merengue, como dice el tango “Cambalache”, escrito por Enrique Santos Discépolo hace más de ¡ochenta y cinco años!
Nuestro propio fin de la historia
Los primeros discípulos estaban convencidos de que el fin de los tiempos y la venida del Señor Jesús ocurriría en el lapso de su propia vida. Pero, después de la nueva caída de Jerusalén, la mirada escatológica se extendió y se pensó que, con la caída del imperio romano, las cosas llegarían a su fin.
Pero todo siguió como estaba y el año 1000 apareció en el horizonte. Era indudable que ahora sería el tiempo del final. Sin embargo, pasó de nuevo el tiempo. La gente se anduvo decepcionando un poco y se volcó hacia el estudio de las cosas humanas más que de las cosas divinas.
El resto del cuadro, como está mas cercano, lo podemos observar mejor. Llegó el siglo XX, hubo dos horribles guerras mundiales, el año 2000 inauguró el tercer milenio. Pero de nuevo, no pasó nada. Ahora la pandemia puede ser la nueva clave escatológica, con sus implicaciones de juicios y fin de la historia.
Acertijos en la oscuridad. Misterios que se agitan en el agua. Arcanos que no se pueden descifrar. Fin de la historia…
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.