Estaba de moda una canción que decía “La tarde está llorando y es por ti”. Por cierto, era una modesta pieza de poesía aplicada a una pegadiza melodía, nada más. Eran los días del lindo arco iris. Las canciones románticas eran el documento de nuestra fe en la juventud que alcanzaba su plenitud en los patios del Liceo.
Desde entonces, muchas tardes han llorado en mi vida. Me cansa de repente escribir sobre temas técnicos e interpretativos de escrituras relevantes. Así que hoy les infligiré un artículo de bohemia. Hay cierto público que aprecia estos desvaríos, así que con SEO y todo, voy a componer uno de ellos.
La tarde llora por muchos motivos
Cuando tenía cinco años sufrí una pulmonía que casi me lleva al limbo. Pasé varios meses en recuperación y recuerdo tan claramente la tarde. Desde mi ventana solía ver el eucaliptus de la casa de don Juvenal y no pocas tardes una lluvia fina lo cubría todo.
Hubo otras tardes lluviosas en las que lloré en mi cuartito detrás de la casa, porque no había entendido – tan joven era – algo elemental. Ser cristiano y joven no es compatible con el alma pura del poeta. “Aquí se sirve al Señor, niño, no se escriben poemas”, decretó mi maestro de la escuelita bíblica.
Una tarde esperé, en la habitación de un triste hotel de ciudad, a alguien que nunca llegó. Las tres, las cuatro. La ventana daba a un patio trasero donde los muros descascarados y trastos viejos resistían una lluvia feroz. A las cinco pensé: “Claro, la tarde está llorando, y es por ti”. Así que bajé a la recepción y me perdí por algún bulevar desconocido.
Otras horas del día también lloran, pero la tarde lo hace mejor
Seguramente ustedes, como yo, habrán llorado en silencio a las tres de la madrugada. O algunas mañanas, al ver la habitación tan sola y vacía. Quizás habrán disimulado una lágrima inoportuna al mirar ciertas fotos viejas. Las fotografías viejas insisten, con un candor conmovedor, que todo tiempo pasado fue mejor y por ahí, uno les cree.
Pero no me pueden decir que, a las cinco de una tarde cualquiera, a la orilla del lago, con unas nubes inmensas y oscuras traspasadas de lluvia y arco iris, no les hace el día. Sería difícil para mí creerles. Aunque pensándolo bien, les creería si para ustedes lo único importante son las estadísticas del éxito ministerial y la cuenta del banco.
Cuando la tarde está llorando y es por ti, te sientes acompañado. El dolor no es sólo una experiencia existencial. Es un ejercicio para aprender a vivir en consonancia con lo que somos: pequeños, mortales y eternos.
Eso es todo por hoy, amigas y amigos. Mensajes más estimulantes y correctos políticamente, la próxima semana.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
Una respuesta
Uff…
¿Cómo contar cuántas tardes hemos llorado? Tardes, noches y mañanas. El único consuelo es que, aunque nuestros rostros sigan húmedos hasta el último aliento, allá en el cielo sabremos cuántas fueron, porque el Señor no sólo las viene juntando en su redoma, sino que también nos las secará.