Las ataduras que nos acompañan siempre…
Rémoras del tiempo que se enredan en los pliegues de la mente e impiden la inauguración de los días libres. Arteros puñales que asesinan en el alma la edad de la inocencia. Tensas cuerdas que inmovilizan el cuerpo de la libertad. Transparente aglutinante que espesa el aire y fortalece el olor del tedio.
Anhelos de libertad
Pero, por todas partes el ser anhela libertad. En todos los rincones se desespera la vida por abrir puertas y largarse a andar por nuevos caminos.
Se agitan los territorios de la colonia y los insurrectos levantan sus banderas recién pintadas pero es en vano. Las antiguas columnas de los realistas permanecen firmes y resisten incólumes los embates de la ira.
Los viejos estatutos controlan grillos y cadenas. Los vigilantes están en todas partes y sus bandos a primera hora de la mañana renuevan los miedos. Diligentemente repasan la crónica de los sentenciados a muerte y suministran registros fidedignos de los gritos de los desesperados. Se ve que se aprovechan de las ataduras que nos acompañan siempre. Es que usan todos sus recursos para desanimar empresas libertarias.
Crónica de una desesperación
Ellos querían hablar las palabras de los mensajeros. Después de sortear indescriptibles obstáculos, habían logrado deslizarlas entre las páginas de sus libros.
En otras ocasiones, las habían dejado a su lado en un maletín en un bar del barrio Estación donde solía apagar la sed de las penas.
Vivían agobiados por los designios y los códigos de la antigüedad. Se despertaban a la madrugada, húmedos de sudor y terrores nocturnos. Murmuraban extraños mantras y suplicaban mercedes al silencio de la noche. Les angustiaban las ataduras que nos acompañan.
Los pesados yugos de la memoria pesaban más que la vida misma. Querían descubrir el misterioso conjuro que rompe todas las cadenas. También, anhelaban romper las cadenas que destrozan las innumerables miserias invisibles, que disuelve la pegajosa y pesada pátina de la opresión.
Querían encontrar, por favor, los mecanismos secretos que abrieran para siempre los portones de la odiada fortaleza.
Las ataduras que nos acompañan siempre
Ataduras invisibles que atraviesan la materia y se instalan impunemente en los huesos del alma. Así, establecen sin miramientos su cátedra del miedo y la vergüenza.
Porque proclaman su imperio sin fin porque los ampara el magisterio dictatorial del código de los sátrapas que se le ha metido a uno entre pecho y espalda.
Desde siempre y hasta siempre resistiremos el imperio de las ataduras. Por eso, en tanto que nos dure el aliento vamos a ir destrozando uno a uno sus nudos gordianos, hasta el día en que podamos celebrar un fabuloso día de la independencia.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.