Se cuenta que un gran monarca de Oriente, al subir al trono, hizo proclamar un edicto invitando a todos los que estuvieran en dificultad a que fueran a él, prometiéndoles soluciones a sus problemas.
Fue una mujer cuyo marido estaba en la cárcel y tenía muchas deudas que no podía pagar, y el rey le dio el doble de lo que debía; también fue un hombre al que se le había quemado los graneros y no tenía nada y el rey le entregó una de sus propias heredades; e hizo así con muchos otros.
Un día fue presentado al rey un niño huérfano de padre y madre. Una señora de la corte se ofreció para cuidar al niño y darle todo lo que hacía falta. Y así fue cuidado en el palacio como un hijo del rey; sin embargo, cada día el niño pedía desconsolado al rey que le devolviera a su madre, diciendo que quería sólo a ella.
Entonces el rey le dijo:
-Puedo dar mi dinero, puedo conceder libertad, pero los muertos han escapado de mi poder y jurisdicción.
Existen muchas cosas que para los hombres son imposibles, humanamente hablando, y no sólo se trata de devolver la vida como en el caso del niño de la historia, ¿Quién puede sanar heridas en el alma y traumas emocionales? ¿Quién puede garantizarte seguridad ante las circunstancias adversas?
Podemos estar rodeados de personas muy buenas que quieran ayudarnos e incluso nosotros podemos tener toda la mejor intención y esforzarnos con nuestros amigos y familiares, pero a la hora de la verdad, nada está en nuestras manos y todos nuestros planes pueden cambiar abruptamente; ya sea por una crisis financiera, un desastre natural, un accidente, una enfermedad o muchas causas más y frente a ellas poco o nada podremos hacer.
El salmista declara: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, Y se traspasen los montes al corazón del mar; Aunque bramen y se turben sus aguas, Y tiemblen los montes a causa de su braveza” Salmos 46:1-3 (RVR1960)
El Señor es nuestro amparo y fortaleza, quien nos auxilia en cualquier circunstancia; por eso, más que confiar en los hombres o en nuestras capacidades, debemos acudir a Él porque para Dios no hay nada imposible.
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