La ceremonia había sido al caer la tarde del sábado. Cerca de la medianoche, el baile de graduación pondría el broche final y solemne al fin de una era: la época más transparente y frágil de mis años azul turquesa.
Desde entonces, salas de clases en la “U”, desde entonces oficinas y desde entonces la vida y sus cosas, que agitarían su marco para despabilarnos del hechizo de la juventud.
La tarde lloraba y era por mí
Encaré la ceremonia de graduación solo. Ni mis padres, que tenían más importantes asuntos que atender en su iglesia, ni mis hermanos que, como yo, ignoraban las solemnidades de las familias, estuvieron conmigo.
Al momento de la entrega del diploma, el tío de un compañero se ofreció para hacer de “apoderado” presente para la foto. Todavía la tengo. Un señor extraño, semicalvo, con una sonrisa solidaria, me acompaña en ese instante definitivo y, secretamente, feroz.
Mi profesora de Lenguaje me premió como el mejor alumno del ramo del último año y me regaló el libro “La casa verde” de Mario Vargas Llosa.
La noche se iluminó, como una estrella fugaz
Aquella noche, la vida me otorgó un momento feliz. Como dice Serrat en una canción, estaba tan bonita que daba gusto verla. He aquí la historia.
Durante los dos últimos años del secundario estuve enamorado platónica e imposiblemente de mi profesora de Francés. No hay espacio aquí para describir el color de su pelo y su corte a la garçon, la porcelana de sus manos, su voz cristalina y profunda, sus ojos marrones.
Allí estaba ella esa noche, como invitada de honor a aquel sencillo baile de graduación. Radiante; para mí, lejana habitante de una galaxia desconocida.
Entonces ocurrió lo inesperado. Se acercó a mí, que permanecía en alguna esquina del salón, solo (naturalmente), y me invitó a bailar la siguiente canción.
No recuerdo todo lo que pasó. Sonaba una canción de Salvatore Adamo. La única memoria de ese instante sublime es una estrofa:
Y mis manos en tu cintura, / pero mírame con dulzor / porque tendrás la ventura / de ser tú mi mejor canción.
Fragmento de la canción “Mis manos en tu cintura” de Salvatore Adamo
Postludio
Gocé cada segundo de ese minuto auténtico. Desde entonces, no me quedan más en la memoria que mis manos en su cintura, en una noche de graduación que se quedó enredada entre otras tristezas juveniles.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.