“Empieza a escribir sin pensar”, le decía Forrester a su aprendiz en la cinta “Buscando a Forrester”.
Así que esta mañana vuelco en estas líneas las primeras impresiones que me vienen a la cabeza.
Impresiones de la infancia cuando la vida era azul y luminosa. Todo empezaba a las siete de la mañana. El ser se extendía hasta la Escuela 225 y desde ahí hasta la Gran Avenida por el oeste y Santa Rosa por el este.
Al sur estaba Retiro, a 350 kilómetros al sur y a dos leguas de las vías del tren en carreta de bueyes hacia la cordillera. Al norte, todo era misterio después de Quintero.
Los vigilantes escriben, pero ellos piensan
Escribir sin pensar tiene sus riesgos, porque puede escurrir sentimientos al tenor de sinceridades inoportunas. Porque en todas partes se cuecen habas decía mi padre, la calavera es ñata decía Germán y nadie está libre, decía muy mamá.
Pero los severos vigilantes, inmunes a los besos de la intemperie y a las caricias de la bondad, no admiten semejantes inmadureces.
“Tenemos que ser firmes contra la tentación”, te decían ellos, que disimulaban infructuosamente sus propios renuncios. En vano, porque siempre los sorprendíamos.
Pero nos animábamos a escribir sin pensar la vida. Encarábamos la existencia con ansias incontenibles, a pesar de las reprimendas y los artículos del reglamento. La noche nos sorprendía desnudos de argumentos, cansados, plenos.
Teníamos nuestras historias de ridículos intentos de hacernos los agrandados. La niñez nos salía por todos lados, santos inocentes.
Interludio
Hasta que crecimos. Y tuvimos miedo de escribir sin pensar. Candados, letreros y rejas nos pusieron sin preguntarnos. Nos metieron en trajes cortados a la medida, camisas albas impecables y corbatas de colores sobrios.
Nos hicieron memorizar los preceptos del Supremo Comentario y las órdenes no escritas de las potestades superiores, todo en nombre (ironías de mi Reino) del Señor de la Libertad.
Exilios alborozados y peligrosos
Cuando es escribe sin pensar analiza uno los debes y los haberes de la cuenta vital y se da cuenta que nos importó demasiado el balance. Diligente servidumbre del miedo institucional, no sabíamos que eran inventos humanos.
Hsta que descubrimos que lo escrito era un registro de alguien que dijo que alguien dijo que alguien dijo y que alguien dijo.
Así que echamos de nosotros semejantes construcciones y sacudimos nuestros pies y nos largamos a buena parte. Nos endilgaron los horrores y los más severos castigos por salirnos de la senda y a muchos de nosotros nos importó, literalmente, un comino.
Son los riesgos emocionantes y peligrosos de escribir sin pensar.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.