Eramos adolescentes en concierto, “asquerosamente jóvenes” (diría Joan Manuel Serrat). No teníamos agendas ni horarios. La vida era infinita. La muerte, una curiosidad. Todo era presente.
La mañana era la noche y la noche un universo que hacía los deseos realidad en alas de la música.
Porque nada contaminaba nuestras esperanzas. Fue mucho más tarde que la realidad enturbió lo que era nuestro.
¿Quiénes fuimos?
Adolescentes en concierto. Fuimos jinetes legendarios, revolucionarios impenitentes, soñadores inconclusos, jornaleros de la escuela, enamorados enfermizos, locos lindos.
Nos embriagaba todo. Por eso, no advertíamos las heridas de la ira, la mordida del dolor y otras escaras.
No teníamos, al menos entonces, un cuarto trasero para guardar rencores y lamentaciones inútiles. Porque había mucha vida. Eso bastaba.
La comida era un trámite molesto, pero necesario. Dormir sólo una urgencia los domingos a las seis de la mañana.
Eramos todo lo que podíamos ser
Escribimos cartas a Hilda y otras que no debemos recordar. Dibujamos en el block Artel Nº 9 las siluetas de las chicas con el Faber Nº 2.
Nosotros, adolescentes en concierto, nos escapamos del colegio y acampamos en los faldeos del Cerro Chena, con banquetes de pan, queso y cocacolas.
Odiamos al maestro de Ciencias. Pero amamos a la señorita Elisa, la más bella profesora de francés de la galaxia.
Amamos la música, los libros, el cine, el fútbol a las once de la noche en la calle de piedra. Nos juramos amistad eterna. Una sola vez rivalizamos con el Chico Alfaro cuando nos enamoramos de la misma chica en el segundo año del secundario.
Plegaria de adolescentes en concierto
Entonces, no pensábamos que seríamos grandes, que nos pareceríamos a nuestros padres y que iríamos a la oficina de traje y corbata.
Pero lo triste, a veces, era que teníamos tantas preguntas sin respuestas y tantas respuestas que no nos interesaban para nada.
El paisaje, al menos a mí, me humedecía los ojos y el corazón. Los lagos, el volcán, los helechos, la lluvia interminable.
¡Oh, los caminos de la montaña, la cuesta de Los Añiques, las alturas de Calama, los robles centenarios!
¡Oh, adolescentes en concierto! ¿Cómo fue que la lavanda y el Flaño vinieron a perfumar para siempre mis recuerdos? Todavía su aroma me abraza. Aún me embriagan sus efluvios…
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.