Estas confesiones en voz baja te las dedico a ti. A ti y a ti.
Es verdad que a veces pasa mucho tiempo que no te hablo, o no nos vemos. A veces me he olvidado de tu cumpleaños.
Más de una vez me necesitaste y no estuve ahí. Quiero pensar que fue porque no pude y no porque no quise. Pero tú sabes mejor. O me escribiste y no te respondí, nunca o me demoré mucho.
A veces las palabras sí ayudan
Reconozco que mi amistad no tiene una brillantez heroica. Carece cada tanto de la condición escritural aquella de “en todo tiempo ama el amigo”.
Recuerdas sin duda que alguna vez hiciste algo especial por mí y, aunque no esperabas nada a cambio, te hubiera hecho bien algún reparo, una devolución.
Siguiendo con estas confesiones en voz baja, quiero contarte algo: Una vez una amiga me dijo, hace muchos años: “Me voy a quedar con que siempre tienes una sincera buena intención cuando me dices que vas a responder o a hacer algo por mí. Así no me sentiré tal mal cuando no lo hagas.”
Una amarga confesión, tremendamente noble sin embargo.
Qué pudiera decir en mi favor
Tal vez quisieras recordar que estuve contigo cuando vino el momento crucial. Recordarás que más de una vez, yo solito estuve a tu lado, cuando nadie te acompañó en la sala de hospital o en la hora de la angustia por una de tus hijas.
Perdóname que te recuerde que te acompañé sin tregua en tu tránsito inicial por las paginas de la Biblia. Y que fue un acompañamiento que te liberó. Recuerdo que varias veces lloraste al descubrir verdades que nunca habías visto.
Escuché tus confesiones en voz baja por horas, con un café en Amelie. Compartí contigo tu dolor temprano o tu tristeza tardía. No sé de dónde me salieron las palabras. No resolvieron el problema, pero te abrazaron.
Un punto de inflexión
¿Me quiero justificar? No. Solamente me hago cargo que no nos damos cuenta cómo la vida se nos pasa en tanta tontera irrelevante y olvidamos lo esencial. Perdóname la cita re manida, pero ya sabes: “lo esencial es invisible a los ojos”.
Tampoco quiero hacer promesas de fin de año. Las he hecho y me las han hecho.
Aquí entre nos te confieso que esas resoluciones me parecen lo más inútil del mundo. No son otra cosa que mentirnos sobre lo mucho que nos hemos faltado a nosotros mismos. O a las amigas y a los amigos. A la familia y a los colegas.
Y un punto final
Para finalizar estas confesiones en voz baja, te mando estas palabras de amor tardío. No las quiero azucarar con linduras de tarjeta o de flyers de Spark Post.
Te quiero, a pesar de mí mismo. Pese a mis egoísmos, algunos bastante mínimos y otros algo más notables.
Te quiero. Del modo más imperfecto que tal vez puedas recordar. Si me llamas porque en ese mismo momento, con urgencia, me necesitas, sé que voy estar.
Aunque eso no garantice que me vuelva a olvidar de saludarte para tu cumpleaños o no te responda un mensaje de WhatsApp por muchos días.
Te quiero.
No necesito la Navidad para decirte esto.
Te lo puedo decir todos los días de nuestra vida.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.