Temblores y certezas en tránsito obligado

Temblores y certezas en tránsito obligado

¿Por qué, en este tiempo de mi vida, todavía pienso en temblores y certezas? Lo adecuado hubiera sido que con los años mis certezas se tornaran más sólidas. Mis convicciones tendrían que haberse fortalecido y entonces hoy viviría de ese modo experimentado y seguro del que mucha gente mayor hace gala.

Como he hablado y escrito por tanto tiempo, hoy debería ser un maestro, un referente importante en el mundo donde desarrollé mi quehacer durante casi toda la vida.

Pero, me sucede todo lo contrario. Pasa el tiempo y las construcciones tiemblan por el rigor de una observación silenciosa, merced a intuiciones inquietantes. Descubro otros estados, estribaciones inesperadas donde afirmar el pie para penetrar el terreno que se me presenta.

Me voy asombrando cada vez más de cómo la gente sostiene cosas tan reñidas con la realidad y del modo tan categórico en que los discursos se desarman contra la evidencia de las vidas en conflicto. No experimentan el vaivén de temblores y certezas.

Estado de situación de las certezas

Por lo mismo, me alejo de estrados y plataformas y apenas —de verdad apenas—, permito que este espacio refleje un poco de lo que voy sintiendo porque, sensible como soy, me duele la ligereza con que la gente describe y juzga estos estados.

Para ellos, la existencia se reduce a un selecto paquete de doctrinas y consignas que les enseñaron en un momento de “exaltación iniciática”. Asumieron todo eso para siempre como pilares únicos e indestructibles de su visión del mundo y la vida.

Tal postura sería hasta cierto punto inofensiva si sólo la consideraran válida para ellos; pero como he escrito antes aquí, la imponen a rajatabla a quienes existen en el marco de sus instituciones. A decir verdad, tienen harto poca compasión con lo que ellos consideran disidente.

Eran previsibles los temblores y certezas

Si se mira bien, este proceso personal era predecible si me remito al tiempo de mi adolescencia. El tío Carlos decía que yo era un volado; mi mamá me describía como un chico voluble, y el pastor de la iglesia afirmó con algo de ira —por un asunto entre una de sus hijas y yo— que era un muchacho caprichoso.

Por un buen tiempo estuve resentido por este diagnóstico tan poco promisorio. Pero ahora admito que eso explica por qué me incomodan las etiquetas, las consignas, los aparatos conceptuales y las afirmaciones definitivas.

De algún modo, percibo que la vida no cabe en esos rígidos esquemas. Por ello debe ser que todavía me pregunto si es posible penetrar aún más en sus misteriosos territorios y encantarse con sus revelaciones. Aunque eso siga produciendo alternativamente temblores y certezas.


El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.

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. El presente se escribió en su totalidad por un ser humano, sin uso de ChatGPT o alguna otra herramienta de inteligencia artificial.

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