La historia del alto vuelo de Juan Salvador Gaviota (John Livingston Seagull) de Richard Bach, cautivó a mi generación. Nos empinábamos en los primeros años de universidad.
En ese tiempo, estábamos mareados de libertad, desprendidos de las sofocantes formas de la religión y de la vetusta sociedad de mediados de siglo.
Por eso, Juan Salvador nos propuso las coordenadas de un lugar único en nuestro tiempo, al cual sólo era posible llegar en alas del viento. Iríamos más allá de las nubes y muy alto sobre el achatamiento en el que se hallaban nuestras vidas.
Sin embargo…
Tristemente, no llegué a emprender aquel alto vuelo, ese viaje titánico, porque la atroz ofensiva del miedo abatió mis gallardos emblemas. El miedo es aquella formidable maquinaria que los ingenieros institucionales construyeron para retener a su numeroso contingente de operarios.
Desde entonces, todo fue insoportable aguijón de la diferencia, lacerante y continuo recordatorio de la lateralidad.
Juan Salvador que no se conforma con los modestos sobrevuelos sobre la playa para alimentarse de los residuos que dejan los pescadores a la orilla. Persiste en el deseo insufrible de volar, de beberse de un golpe el cielo.
Y si se ha de morir, hacerlo con la majestuosa dignidad de la alegría, con la sublime conciencia de haberlo elegido y no como simple imposición de los hechos.
Manifiesto de las alturas
Denuncio y rechazo la inconformidad congénita. Afirmo la resistencia a someter la mente a los dictados de la tradición y la cultura institucional. Reivindico la inclinación a preguntar, a no dejarse manipular, a no comprar pomadas conceptuales, a resistir el discurso fabricado.
Acepto el exilio inevitable, ni obligado ni voluntario, porque es la consecuencia de no encajar en nada. Asumo el no-ser constante, el vacío, la itinerancia que no afloja.
Admito la irritación silenciosa frente a los lugares comunes, a las frases hechas, a las reverencias serviles, el arrogante despliegue de la ignorancia. Aún sufro la intolerancia al ruido, a la chimuchina, a la multitud y a la mascarada social.
Por eso, y por muchas cosas más, prosigo en el anhelo de algo dramático, de una turbulencia redentora, de una catástrofe conceptual. Que venga un derrumbe de modelos, un nuevo grito, un renacimiento, ¡un nuevo aire…!
Porque aún aspiro a ese alto vuelo que navega en la sangre cansada, que todavía alborota las gastadas neuronas, que todavía trae el lejano olor de la batalla.
. . .
Perece la tarde. La playa ha quedado silenciosa y vacía. Finalizó el griterío, el trajín del mercado y de la gente del mar. Juan Salvador ensaya sus últimos vuelos hacia la negra profundidad del horizonte…
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.