La cultura como experiencia cotidiana vive uno de sus épocas más difíciles. Al menos eso es así en la inmensa mayoría de los casos. El salvajismo capitalista y la locura tecnológica han reducido a su mínima expresión la cultura como valor, como norma y como producción de bienes culturales.
Cuanto más mecánica (electrónica) y empobrecida parece la experiencia cotidiana, más se promueve un ideal de cultura por contraste. Cuanto más burdamente materialista se vuelve la civilización, más exaltada y sublime parece la cultura.
Terry Eagleton, Cultura, Pág. 23, Taurus, Buenos aires, 2017 – La palabra entre paréntesis es un agregado mío.
Esta cita presenta un problema para el promedio de la gente. Con promedio quiero significar la gente que vive en el flujo de la tecnología y del meme. La cultura como experiencia cotidiana no sólo le parece algo pretencioso, snob.
También desprecia todo aquello que signifique pensamiento, lectura, apreciación estética, es decir, tiempo para superar la superficialidad del momento.
Pero para otras personas, estas palabras de Eagleton representan una esperanza; no todo está perdido. Hay que hacer notar que el autor no es un refinado pensador de derechas, nostálgico de rancias aristocracias europeas. Es un observador agudo de la realidad.
Cultura, belleza natural y alegría de la vida
Hay otra cita interesante del libro que fundamenta esta línea de pensamiento:
Así lo cree también D. H. Lawrence, según el cual la Inglaterra industrial es “la absoluta negación de la belleza natural, la absoluta negación de la alegría de la vida, la absoluta ausencia de ese instinto estético que poseen todas las aves y animales”.
Terry Eagleton, Cultura, Pág. 22, Taurus, Buenos aires, 2017
Por cierto, se está refiriendo a la Inglaterra de la era industrial del siglo XIX. Pero debemos convenir que parece la descripción de nuestro propio tiempo. ¿En qué sentido es una esperanza la cultura como experiencia cotidiana?
Si uno lo entiende bien, cultura no se trata, aunque lo incluya, de escuchar música clásica, apreciar cuadros de Velázquez y extasiarse con la arquitectura gótica. La cultura también es un puente para el diálogo, un productor de paz, un lenguaje que supera diferencias ideológicas.
Cuando uno mira la odiosidad, el desorden, la destrucción de la vida humana, tiene que concluir que la aspiración por la cultura como experiencia cotidiana es legítima.
Cultura y pobreza en contraste
Eagleton pone un ejemplo formidable para explicar por qué mucha gente no tiene la cultura como prioridad. Sugiere que la sexualidad puede no estar tan relacionada con cenas a la luz de las velas. Porque un importante sector de la población se considerará afortunada si cena, sea con velas o no.
En otras palabras, si no hay un nivel mínimo de vida que considere trabajo, comida, techo, vestuario, salud y educación, la cultura con experiencia cotidiana resulta superflua. De modo que estamos en una espiral descendente. Mientras más pobreza hay, menos interés (lógicamente) habrá en la cultura. Y menos cultura mantendrá más y más a la gente en la pobreza.
Lo cual resulta absolutamente indiferente para quienes van al teatro dos veces por semana, vacacionan en Capri, visitan museos europeos y viven en exclusivos countries. Para ellos, la cultura como experiencia cotidiana es absolutamente natural.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.