Me referiré hoy a la concertación social como camino para el cambio. A riesgo de agotar a mi estimada audiencia, insistiré en los temas relativos a la política.
Me hago cargo, como mencioné en el artículo anterior, de que la gente está cansada del tema. Por eso, cada vez menos gente está votando en las elecciones.
Pero no podemos desestimar la política como un arte posible. Quiero considerar brevemente la concertación social como una posibilidad que supere las mesas directivas de los partidos, sus coaliciones y sus discursos.
Esto, sin perder la esperanza de ver irrumpir en la política una nueva generación de actores sociales que recuperen, y rediman por así decir, su sentido original.
Algunas ideas sobre concertación social
Falta generosidad. Hay ausencia de compromiso personal. Se echa de menos eso que hablábamos en la escuela secundaria, en plena revolución social en Chile: altura de miras.
Nadie parece dispuesto a ceder nada. El interés propio, la codicia del poder por un lado. Por el otro, la indiferencia, “quiero vivir en paz, por eso no me meto, déjenme en mi metro cuadrado”, que otros arreglen el problema.
La concertación social es una posibilidad concreta de influir y eventualmente cambiar para bien el estado de cosas.
Pero todo eso requiere generosidad. Hay que sentarse a dialogar con otros. Es una convocatoria a diversos estamentos de la vida civil a actuar en conjunto para confrontar al poder político a corregir el rumbo. Es una opción para obligarlo a rendir cuentas de sus actos.
El daño social de la indiferencia y la no participación
La gente se acomoda. Logra cierto nivel de estabilidad. Adquiere, con trabajo, cierto nivel de seguridad y confort. Vive y deja vivir. No quiere perder.
Ese es el caldo en el que se cultiva la indiferencia, la ausencia de responsabilidad social. “No estoy tan bien, pero podría estar peor. Por eso no me meto. No quiero perder esto”. No tiene interés algunos en la concertación social.
Tenemos que volver a citar a Edmund Burke:
Para que el mal triunfe, sólo se necesita que los buenos no hagan nada.
Edmund Burke, Reflexiones sobre la Revolución Francesa
He leído y citado varias veces esa frase. Hoy, se me acaba de ocurrir otra interpretación: ¿Qué tan “buenos” son los buenos, si no hacen nada?
Más allá del significado que podamos asignarle al término buenos, si no hacen nada, significa que tienen miedo, que son indiferentes, que no les importa el destino común, excepto el propio. Que alguien me convenza qué tan “bueno” es todo eso.
Semejante actitud deja el camino libre a los malos, es decir, a quienes detentan el poder con fines egoístas y destructivos.
Por eso se hace necesaria la concertación social: para detenerlos.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.