Mil y un artículos, nada menos. El artículo anterior, “Locos de Dios” fue la nota número mil de esta columna. Hubo una serie anterior que se perdió en una reformulación que tuvo que hacer el sitio de CVCLAVOZ; quizá sean unas 150 entradas más.
Pero, ¿quién quiere hacer números? Lo que queremos celebrar hoy es haber logrado aquí una marca notable. Mi amiga y editora Lou Torres sabe de qué estoy hablando…
Hay tanto para contar acerca de mil y un artículos, una experiencia que comenzó en septiembre de 2012.
El dolor observado
Así se titula uno de las primeras notas publicadas. En cierto modo era el resumen de aquellos primeros ensayos literarios. Destilaban el sentimiento de antiguos y nuevos fracasos. Era como una transfusión para sacar la sangre vieja y renovar la vida interior.
Había pasado y salido recientemente de profundas conmociones, terremotos existenciales que, después de mil y un artículos, hoy ya ni queremos nombrar.
Era mucho más prosa poética que conceptos. Tenía pase libre para escribir lo que quisiera y así salieron maremotos, éxtasis diversos, gritos silenciosos a las tres de la mañana, insomnios interminables. Pura poesía del dolor y la soledad.
Transiciones y conquistas
De a poco, la materia fue transitando hacia las cuestiones “técnicas”. Desarrollos conceptuales algo más luminosos pero siempre perturbadores: la ciudad, el mercado, la pobreza, el cambio climático, los refugiados, la justicia. Me fui metiendo en la maraña de la actualidad social. Pero cada tanto, especialmente los viernes, retornaba al poema, a la lírica de paisajes y deseos, encuentros y desazones.
En mil y un artículos caben tantas cosas… A veces, suelo decir a mi amable audiencia que bastaría que leyeran todos estos intentos literarios para conocerme quizá mucho más que en persona.
El tiempo presente
Después de mil y un artículos, como en “Las mil y una noches”, llega un tiempo en que hay que concluir una etapa y empezar otra. Ya desde hace algún tiempo, mi palabra ha transitado hacia una crítica más consciente.
No me queda tanto tiempo y, como cité en “Locos de Dios”, el profeta es un asaltante de la mente. A menudo sus palabras comienzan a quemar donde termina la conciencia. Asaltar la mente me parece una figura adecuada y oportuna. Es en la cabeza de los otros donde haya que trabajar. Recuerdo estas palabras de Franz Kafka:
Pero necesitamos libros que nos afecten como un desastre, que nos duelan profundamente como la muerte de alguien que quisimos más que a nosotros mismos, como estar desterrados en los bosques más remotos, como un suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros. Eso es lo que creo.
Franz Kafka, Carta a Oskar Pollak, 1907
¿Suena fuerte? Claro que sí. Pero es que basta de acomodación y giras de felicidad. El mundo se está derrumbando y nosotros, como si estuviésemos bailando en el salón del Titanic. Por este camino sigue mi prosa ahora. Hasta que ya no esté o me digan amablemente que me retire por la puerta de atrás.
Sólo una aclaración final: me he propuesto evitar en adelante las menciones a la institución que nos identifica en la fe: ni críticas ni elogios. Seré, sobre eso, como el profeta mudo citado en Ezequiel 3. Hay muchas otras cosas de qué hablar y quizá haya espacio para mil y un artículos más.
Gracias, muchas gracias a CVCLAVOZ por seguir ofreciéndome esta tribuna. Nobleza obliga…
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.