Se me ocurrió que no debería haber tanta distancia de la cátedra a la calle. Leí recientemente un texto en el que se elaboraban profundos conceptos acerca de la fe, la gracia, el arrepentimiento, entre otros. Hay quienes se ocupan, muchos de ellos con mucho cariño, de estos asuntos para aclarar a todos cuáles serían los fundamentos teológicos del cristianismo.
Desde temprano en mi vida tuve la impresión de que la iglesia a la que asistía me respondía preguntas que yo nunca me había hecho ni me interesaban. Sin embargo, me mantenía en completa orfandad acerca de grandes y urgentes preguntas para las cuales no ofrecía respuestas.
Por cierto, hay respuestas que iluminan y levantan muchas otras preguntas de las cuales se hace cargo. A lo que yo me refiero es a respuestas que no me servían para encarar los conflictos de la vida inmediata. Y no sólo eso, sino que eran respuestas que se imponían y que debían ser respetadas como letra sagrada.
La distancia entre la cátedra y la calle
Así, hallaba una distancia enorme entre el saber instalado en mí y el hacer que me imponía la vida, que no te otorga tiempo para contemplaciones y teoremas de alta abstracción. Si la idea no allana el camino para la acción, puede ser muy bello conocerla, pero no resuelve la urgencia. Tiene que haber menos trecho de la cátedra a la calle
Un día leí una frase que creo se hacía cargo de mi incomodidad: “Desconfía de los libros muy gordos que te tratan de explicar verdades muy sencillas”. Seguramente que hay verdades que necesitan ser analizadas y elaboradas con gran profundidad. Pero he ido viendo que no es así con las cuestiones en las que piensa la gente que vive aquí y ahora en un mundo ajeno, violento, injusto, cruel.
Acortar la distancia de la cátedra a la calle
Una vez escribí que no me convence mucho la reflexión sobre la vida y la muerte desde un cómodo estudio alfombrado, con adecuado silencio, muchos libros y necesidades completamente resueltas. De esa manera se escribe a demasiado distancia de los hechos.
Por eso es que pienso que los teólogos clásicos, tan admirados por la iglesia evangélica, nunca escribieron sobre la corrupción flagrante de los gobiernos. Nunca elaboraron teologías de la pobreza, de la humillación y la muerte de los oprimidos. No hicieron grandes reflexiones sobre la desigualdad social, el narcotráfico y su colusión con el gobierno y la justicia. Eso es lo que me parece.
Pensar a Dios en la calle
Tal vez habría que pensar en una teología de la calle, del barrio, del municipio. Una teología de la mujer, de los niños y de los ancianos de esta parte del mundo. En fin. Tantas otras cosas.
Porque aquellos ilustres caballeros que desean explicarme los grandes temas ni siquiera se imaginaron que existían mundos así más allá de Europa y los Estados Unidos.
No sé. Tal vez las cosas no son así. Pero de lo que estoy seguro es que, para esta parte del mundo, no son como ellos dicen.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
2 respuestas
Excelente artículo!!
Benjamín, comparto 100% tu reflexión. Esta pandemia mundial nos ha dejado al descubierto en las cosas cotidiana de la vida. Hoy nos vemos más lejos de las buenas nuevas de salvación.